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De la Seguridad Personal y el Conflicto

“Sufrir no es una enfermedad,
sino el polo contrario normal de la felicidad.
Un complejo solo se vuelve patológico cuando
una persona dice que no lo tiene”

(Jung, 1946)

De un hilo muy fino depende aquella “certeza” de seguridad personal por la que tanto nos esforzamos en la dimensión de las relaciones. En parte vivimos engañados, engañándonos y engañando para constituirnos como personas en este complejo social en el que se entreteje el drama diario de nuestras vidas.

El engaño corresponde con la maniobra, discurso, acto u obra que conduce a confundir o distorsionar la verdad (1). Cada expresión en sí contiene una verdad, un elemento ineludible que más que corresponder a un esfuerzo de raciocinio, deviene como intuición o sensación significativa. Entrar en el debate de lo absoluto o relativo en relación a la verdad no nos atañe dentro del contexto de este escrito, quedémonos más bien con una noción de verdad que puede variar en tanto sentida por todos sin lugar a dudas, así como vivida por cada uno como “mi verdad” o verdad única, según el sentido que se le quiera dar a la realidad. Viéndolo así por ahora, el engaño conlleva entonces una confusión de la verdad; siendo así, al no poder ser expuesta o representada en su más fina esencia.

Todos sabemos del uso tan extendido que se le da a la palabra aparentar en el discurso común.

Pues bien, incluso la usamos justamente para lo que conlleva como comportamiento, que es “manifestar o dar a entender lo que no es o no hay”. Si estamos viéndonos aquí y ahora, en este momento histórico u época, entonces estamos convocados a participar de todo este juego de apariencias que en gran medida moldean la realidad. Tratar de no aparentar ya es un acto aparente; lo que se condice con que “El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás” (François de La Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.) (2)

En vista a que la construcción sociocultural define un sinfín de apariencias, representadas primordialmente en las dimensiones estética, ética y moral, resulta de una gran importancia y utilidad el engaño, visto ya aquí como maniobra inteligente para la subsistencia. Llegamos a un mundo dónde exponer la verdad o exponernos, puede hacernos muy vulnerables. Sabemos que el criterio se seguridad personal va ligado a cómo el Otro me representa, siente o imagina, y por lo visto el interés del otro sobre uno no siempre corresponderá a nuestra autenticidad.

Al ser constituidos también como unicidad corpórea y psíquica, nos vemos en el proceso de tenerse que ocultar, disimular o reprimir aspectos de nosotros mismos que resultan en desventaja para la aprobación del Otro y por consiguiente de nosotros mismos.

Esto último es el núcleo proposicional de la función neurótica. “Por lo general, la neurosis es un desarrollo patológicamente unilateral de la personalidad” (Jung, 2006a p. 129). El costo, por llamarlo de alguna manera comprometedora, del desarrollo alcanzado hasta ahora por la civilización occidental, es la neurosis y sus dilemas, la “Ansiedad Cultural” (López Pedraza, 2000).

Los aspectos de verdad que nos constituyen, pero que nos han llegado o nos podrían llegar a hacer sentir vulnerables o desgraciados, paradójicamente no son nada extraños dentro de todo el espectro de la fenomenología humana; estos aspectos incluso intervienen potencialmente en las formas de configuración del temperamento, carácter, actitud y comportamiento individual, es decir que definen una fórmula personal (Jung, 2006…). El no encajar en un modo aparente o estereotipo familiar y social, puede resultarnos en algo muy desagradable, especialmente en la infancia y la adolescencia, donde se precisa tanto del Otro como referente de identidad.

Despertar a una diferenciación, el llegar a hacerse uno mismo, no es algo que no tenga que ver con la función neurótica, en tanto que la escisión de la personalidad dada en la unilateralidad del desarrollo psicológico, termina de alguna manera mostrándonos que algo amenazante pero vital, necesita ser asumido como parte en el conjunto pleno de la personalidad. Mientras ni siquiera nos cuestionemos de la veracidad y necesaria determinación de los modelos colectivos, estaremos en una lucha entre lo políticamente correcto y lo impulsivamente amenazante desde lo arcaico o instintivo, vivido principalmente como síntoma.

¿Vivimos engañándonos?

Vivir engañándonos es seguir creyéndonos un cuento de nosotros mismos, y por ende de los demás, cuando ya no corresponde debido a la necesidad de integrarnos con elementos potenciales no siempre validados por el destino cultural o la conciencia moral. Incluso en la visión de la vida en pareja por ejemplo, que se da por hecho según preceptos morales, hay un engaño de base, ya que en el momento de afianzar el vínculo conyugal, dejamos al margen características, rasgos y tendencias que no necesariamente se corresponden con lo que queremos y esperamos de nosotros mismos y del otro; esto se ve reflejado en el acto incluso de guardar fidelidad, donde se contiene una idea o verdad secreta de poder transgredir el compromiso, un factor más contundente que los mismos gestos prometeicos por mantener una imagen correcta de pareja y familia.

No podemos prescindir de la neurosis como sí lo podemos hacer de aquellas cosas que a ciencia cierta no confieren sentido o utilidad; pero, lastimosamente así tendemos a hacerlo a merced del enredo frustrante o afectivo inherente a la vida y los vínculos, como algo aprendido para mantener la seguridad personal. Sin darnos cuenta, es ese mismo el núcleo de la neurosis, y es de esta manera que “Todos estamos separados de todos por algún secreto, y los abismos entre las personas están franqueados por los puentes engañosos de las opiniones e ilusiones, sustituto frívolo del puente firme de la confesión” (Jung, 2006b p. 63).

La necesidad de una validación y comprensión anímica como medio de resolución del conflicto neurótico, va más allá del obrar un artefacto lastimero, que en definitiva más que dar cabida a la verdad ineludible del alma, lo que hace es marginarnos a partir de cierta neutralidad cuando no de cierto repudio. Ahí es dónde nos esforzamos por no tomar partido, por juzgar o por conferir al destino y gracia la participación en esta lucha, dónde no nos tengamos que ver afectados.

Curiosamente el estado de ausencia de enfermedad, más que tener que ver con el reforzar las apariencias de un estado saludable, nos compromete es con La Sombra, es decir, con el reconocimiento de los aspectos oscuros de la personalidad como realmente existentes (Jung, 2011 p. 13). Penetrar en este conglomerado de rasgos e incluso de virtudes negadas, precisa la confrontación emocional, ya que son propiamente las emociones y los sentimientos los factores más verídicos, por primarios en la escala de recursos adaptativos, en la definición de un hecho anímico real. Salvaguardar las apariencias a toda costa del torbellino emocional, resulta ser necesario como medio tranquilizador para la persona bien adaptada, más no como fuente de autoconocimiento y transformación psicológica.

Si todo problema conlleva la posibilidad de una mayor ampliación de la consciencia, entonces la seguridad personal tendría que verse útil como medida relativa más no definitiva, es decir, como un medio para vivir de un modo sistémico, flexible y confiable respecto a límites justos y asimilables en la convivencia. La apertura al conflicto es generar una función propositiva ya no en sentido neurótico, sino más bien creativo. Esto conlleva el desafío de tener que contener la incertidumbre y la angustia respecto de lo no aparente pero efectivo en uno mismo y en el otro, más que sellar las experiencias con la acérrima certeza y cumplimiento de un mandato. Así pues, el esfuerzo moral no es menor en este terreno, en el sentido de la vivencia del desprendimiento, del derribo de las estructuras que no permiten avanzar, o en el desvanecimiento de las máscaras y fachadas con las que tanto actuamos al margen de nuestras emociones y sentimientos.

Aquí, podemos decir con Gordon (2013) que “los conflictos aparecen y se confirman en cada etapa; conflictos que se renuevan muchas veces en el curso de una vida, ya sea la vida contra la muerte, la individualidad contra la fusión, la omnipotencia contra la impotencia, la dependencia contra la independencia, el bien absoluto contra el mal absoluto, la realidad contra la imaginación, el egoísmo contra la compasión” (p. 44)

Somos seres inacabados

Poder experimentarnos más allá de las apariencias, nos lleva a asumirnos también como seres inacabados, dónde el resguardo de la intimidad si bien como aspecto adaptativo, puede llegar a ser además el preludio sano de la manifestación de nuestro más puro propósito vital. La importancia de un tercer camino para tal cometido de liberación, no descarta la función del Amor como fuerza vinculante en los procesos psíquicos y relacionales. Desde una posición de afirmación honesta de nuestras debilidades y defectos con plena consciencia, no hace falta tener que aparentar para el otro o esperar a que el Otro se ajuste a mi ilusión sobre él,  de ser así solo estaríamos funcionando de modo condicionado, viéndonos incluso en una confusión en el acto de amar; lo que esto último conlleva es justamente el padecimiento de un alma encarcelada, que lucha contra una verdad.

Es fácil ver como las personas nos enredamos tanto en esto de afrontar la Sombra, descubriéndose todos los mecanismos posibles de defensa y resistencia ante grandes verdades que duelen pero que en definitiva transforman. En este sentido es oportuno y se hace necesario el poder experimentarse junto con otros en contextos de reconocimiento y respeto por lo que cada uno somos en tanto sensibles, diferentes y complejos.

Para esto hace mucha falta una apertura no solo de la mente como forma de mayor conciencia, sino además del corazón, del ánimo y curiosidad por sentir la diversidad del mundo humano, sin ánimo de agravio o desprecio. Un contexto indicado para tal fin se corresponde con el espacio de la psicoterapia, en sus vertientes individual, de pareja, de familia y de grupos. No hay nada más valioso para un individuo humano como el poder sentirse amado de verdad, es decir, en nuestra propia esencia, sin el miedo a ser negados, engañados o traicionados; suficiente tenemos ya con lo que hemos cargado generacional y culturalmente en este sentido.

Invito así pues, una y otra vez al despliegue de nuestra fuerza y poder creativo y curativo, propio de todos como humanidad, concluyendo este escrito con la siguiente idea de Gordon (2013):

“Para la persona creativa, para el artista, el conflicto es una danza. Por otra parte el loco, el tonto [literalmente] se niega a reconocer la complejidad de las realidades, de modo que arriesga perderlas todas y todo. Para él no existe conflicto: lo ha suprimido y abolido. Para quién no es ni tonto ni creador, el conflicto no es más que una batalla [neurótica]” (p. 46)

Referentes Bibliográficos:

Jung, C. G. (1946) Psicoterapia y Cosmovision. En Jung C. G. (2006a) Obra Completa Vol 16: La Práctica de La Psicoterapia. Ed. Trotta, Madrid

Jung, C. G. (1950) Los Problemas de La Psicoterapia Moderna. En Jung C. G. (2006b) Obra Completa Vol 16: La Práctica de La Psicoterapia. Ed. Trotta, Madrid

Jung, C. G. (1948) La Sombra. En Jung C. G. (2011) Obra Completa Vol 9/2: Aion. Contribuciones Al Simbolismo Del Sí-Mismo. Ed. Trotta, Madrid

Gordon R. (1993) Puentes. Metáfora De Los Procesos Psíquicos. Ed. Cuatro Vientos (2013), Santiago de Chile

Rafael López–Pedraza (2000) La Psicología del Sectarismo En Tiempos de Ansiedad. En Ansiedad Cultural Ed. Festina Lente, Caracas

Internet:

  • https://es.wiktionary.org/wiki/enga%C3%B1o
  • http://www.proverbia.net/citastema.asp?tematica=164&page=2

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