Si tuviéramos conciencia del efecto de nuestras palabras en los demás, nos pensaríamos mejor todo aquello que decimos.
De este efecto no están exentos los niños, personas especialmente susceptibles a grabar aquello que les dicen otros, sobre todo cuando gatilla altos niveles de emocionalidad o cuando, quienes les hablan, son figuras de autoridad como sus padres o maestros.
En tal sentido, estas son frases recurrentes en las dinámicas entre padre e hijos que deberías evitar a toda costa.
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1. No llores, no es para tanto
Piensa por un momento en adultos a quienes les cueste expresar sus emociones. ¿Qué crees que hayan escuchado cuando niños? ¿Qué crees que hayan experimentado por parte de sus padres como respuesta a sus inquietudes y preocupaciones?
Frases como “No llores, no es para tanto” son formas de invalidar las emociones de los niños y de enseñarle, erróneamente, que lo que sienten no es importante.
Si un niño llora, por obvio que se lea, es por algo que va más allá de su capacidad reflexiva. Si las emociones tienen bastante de instintivo, en un niño todavía más.
Lejos de menospreciar lo que le pasa, una forma responsable de responder al momento es acompañándolo y validando lo que siente.
Una frase como “entiendo lo que estás sintiendo, aquí estoy para ayudarte” es una forma amorosa y constructiva de responder.
2. Ya, no pasó nada
Es entendible que un raspón en la rodilla no sea el fin del mundo, pero hasta un hecho tan aparentemente sencillo debe tomarse con cautela.
Lejos de levantar al niño y hacerlo que actúe como si nada hubiera pasado, se le debe dejar que exprese su dolor para y se le debe ayudar con el daño que haya sufrido.
Permitirle que llore, limpiarle y curarle la herida es una forma de enseñarle que su cuerpo es valioso y que, por tanto, merece cuidado.
Lo que le pasa es importante y si aprende que la vida solo se trata de caer y levantarse como si nada doliera, más adelante puede tener esta predisposición a no atenderse cuando tenga algún problema de salud o algún malestar emocional.
3. ¿Por qué no eres como el hijo de…?
En la vida cotidiana vivimos comparando. Ese es, tal vez, uno de los rasgos distintivos de los seres humanos y uno de los diferenciadores con otras especies. Sin embargo, no toda comparación está sustentada sobre las mismas bases. Algunas son necesarias para tomar la mejor decisión. Otras no, por ejemplo, la que algunos hacen con sus hijos porque, en ese caso específico, no se puede elegir tener otro hijo en lugar del que se tiene.
No puedes ir a la «tienda de hijos» para pedir uno distinto porque, si bien es un ser abierto al cambio, algo en él o en ella lo determinan como el individuo que es.
Comparar a un niño es, de algún modo, negarlo. Es decirle que no es suficiente como es y que no se merece las atenciones y el amor que le prodigas.
Las odiosas comparaciones que algunas personas hacen entre sus hijos y los demás son una invitación a que el niño ponga su foco fuera de sí mismo y empiece una carrera, a veces interminable, por actuar solo para agradar a los demás.
Quien compara a su hijo con otro, incluso con sus propios hermanos, prepara el terreno para que germine el resentimiento y la envidia. Al fin y al cabo, el niño pensará que no es lo que el otro o la otra niña son, pero que aun así, tendrá que desearlo y serlo para ser aceptado.
Además, con este tipo de comentarios la autoestima y el autoconcepto tienen una alta probabilidad de ser frágiles.
4. Debes obedecer siempre a tus mayores
Imagina por un momento que un extraño se acerca a tu hijo y le da una orden. ¿Qué pasa si esa orden atenta contra sus dignidad y su valor como persona?
Este tipo de sentencias deben ser manejadas con pinzas, pues, en todo proceso de crianza, al niño o niña se le debe dar un espacio para que desarrolles sus propios criterios y evite manejarse a través de generalizaciones.
No siempre se debe obedecer a toda persona mayor y, mucho menos, se debe hacerlo frente a peticiones u órdenes que afecten de manera negativa su integridad.
Aun cuando él o ella tuvieran que hacerlo, por ejemplo, cuando se trata del caso de algún profesor, si el niño siente la confianza para no regirse estrictamente por este tipo de frases, podrá reportarlo antes sus padres. Si se le insiste en el mandato de obedecer a todo, puedes estar encerrándolo en una parcela de la que es difícil salir si se enfrenta a un problema de abuso de poder.
5. ¿Por qué no puedes hacer nada bien?
La pregunta parece legítima porque está construída de una forma en la que parece que se está buscando información, pero la realidad es otra. Esta falsa pregunta es en realidad una manera velada de decirle a un niño que todo lo hace mal.
Seamos sinceros, aunque quisiera responder o defenderse de semejante forma de violencia, a su corta edad, no tendría forma. Su razonamiento no sería otro que: «está bien, nunca hago nada bien. Es mi mamá o mi papá quien me lo está diciendo, así que debe tener razón».
Por otra parte, si en realidad se trata de una pregunta, un análisis básico pasaría por hacerle algunas preguntas más. Por ejemplo: ¿Nunca hace nada bien? ¿Nada de nada? ¿Bien según qué estándares? Quien lo dice, ¿nunca se equivoca?
Por supuesto, esta forma de diseccionar la frase, repetimos, no la puede ejecutar un niño, así que, para cuando pueda hacerlo, ya habrá pasado una cantidad de años considerables en los que su autoestima se verá minada.
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Conclusión
El lenguaje nos determina. Si antes lo entendemos, antes seremos más cuidadosos de lo que decimos, sobre todo si con quienes nos comunicamos son niños.
Ellos no tienen aun desarrollada su capacidad para discriminar lo que escuchan o leen. De ahí que debamos ser todavía más prolijos con todo lo que expresamos delante de ellos.
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