La vida consiste en un delicado equilibrio. El día tiene a la noche y el invierno al verano. Nada en la naturaleza se improvisa, nada se desequilibra (a menos que haya intervención externa).
En las relaciones humanas también hay mecanismos regulatorios. Para algunos están ocultos o, tal vez, son demasiado obvios como para notarlos.
Damos respeto y esperamos lo mismo. Acompañamos y nos gusta ser acompañados. Y sí, todo esto a pesar de frases como “dar sin esperar nada a cambio”.
Lamentablemente, a veces experimentamos desajustes motivados por una mala gestión de nuestras propias acciones. A veces nos sobrepasan el trabajo o el abuso de otros. A veces nos desbordan las consecuencias de nuestras propias decisiones.
Cuando esto sucede, cabe la siguiente la pregunta: ¿Por qué me cuesta decir que no?
Veamos a continuación las causas más comunes que nos sumergen en las profundidades de la desesperación y los compromisos que nos cuesta cumplir.
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Razones por las que a una persona le cuesta decir que no
Aunque las razones son distintas, muchas tienen raíces en común. De cualquier modo, es importante que conozcas la parte más visible del problema para que puedas profundizar más adelante, preferiblemente, haciéndote acompañar de un psicoterapeuta profesional.
1. Aprendiste a que decir “no” es descortés
Es común que antepongamos los deseos y necesidades de los demás porque antes lo aprendimos en casa.
Muchos padres enseñan a sus hijos que ser servicial equivale a decir siempre que sí. Ciertamente, la idea de servir es positiva si se sabe enfocar en el hecho de hacerlo desde las posibilidades reales y no desde el sacrificio.
Nunca decir “no” es, precisamente, sacrificarse y entregar la vida de forma silenciosa a los deseos de los demás.
2. Sientes culpa después de decir “no”
La culpa tiene una función útil en nuestras vidas. Gracias a ella tenemos la oportunidad de pensar en el daño que le hacemos a otros y de aprender del error para no repetirlo nuevamente.
Sin embargo, cuando esta se hace predominante en nuestra vida, funciona como un lastre que no impide ejercer con dignidad nuestro derecho a decir “no”.
3. Te da miedo herir los sentimientos de los demás
Esta razón está íntimamente ligada con la anterior porque se basa en la idea de que, decir siempre que sí, significa que los demás no saldrán lastimados.
El asunto es que, puede que los demás no se resientan, pero tú sí. Tarde o temprano, por más que quieras evitar la culpa y la sensación de malestar, estas estarán guardándose hasta que sea inevitable que salgan a la luz.
La persona que experimentará tales sensaciones serás tú. Así que en realidad no se trata de evitarlas, sino de postergarlas hasta el punto en que sean dañinas para ti.
4. Desconoces tus límites o lo olvidas con frecuencia
A veces, la intención de ayudar a los demás es legítima y hace que evitemos decir “no”.
Lo que sucede en muchos casos es que pensamos que podemos con mucho, incluso con todo. Y no, no es así. Tenemos límites biológicos que nos mantienen vivos y sanos. Por ejemplo, dormir y alimentarnos.
Si trastocamos estos hábitos por decir siempre que sí, estaremos dañándonos indefectiblemente.
5. Necesitas reconocimiento externo
A todos nos gusta obtener reconocimiento. La sensación es agradable y nos motiva para seguir haciendo más de eso en lo que somos buenos, pero cuando esta búsqueda es excesiva, se torna problemática.
Estilos de crianza que desencadenan en un apego inseguro, una autoestima deficiente y un autoconcepto frágil, son detonantes de este fenómeno.
Lejos de querer obtener reconocimiento a través de medios externos, el trabajo de base es fundamental.
6. No quieres poner en riesgo tu relación
Este es un ejemplo clásico en muchas parejas. Uno de los dos prefiere someterse a lo que cree que está bien para mantener la relación o a la dictadura de lo que el otro quiere.
Al principio no es imposible sostener la conducta complaciente, pero tarde o temprano, el propio peso de la insatisfacción hace que todo se venga abajo, incluida la relación.
Paradójicamente, aquello que una vez lo mantuvo unidos termina por ser el detonante del fin.
La lección radica en el establecimiento de límites. Sin ellos, decir “no” se hace difícil y trae consecuencias que dejan heridas que tardarán en sanar.
7. Quieres que te perciban siempre como una persona amable
Hasta la amabilidad tiene sus límites. Por supuesto que ser amable abre puertas y es un acto de empatía muy valioso, pero piensa que puede darse que, entre más amable seas con los demás, menos lo seas contigo mismo.
¿Tiene sentido? Si quieres vivir la insatisfacción de experimentar cansancio de forma frecuente o si quieres sentir que estás para todos, pero que los demás no están para ti en la misma medida, entonces le conseguirás sentido. De otra forma, dejará de ser algo que quieres seguir haciendo.
8. Miedo a que el otro se enoje o te rechace
Si una persona se enoja porque le dices “no”, tal vez sea porque tiene por hábito traspasar los límites de los demás. Si ese fuera el caso, ¿crees que es una persona que vale la pena tener en tu círculo?
Un excelente ejercicio de dignidad es empezar a decir que no, explicar las razones si eso te ayuda a sentirte mejor y esperar las reacciones del otro. Alguien que te aprecie de verdad y te valore, entenderá que tú no eres el genio de la lámpara mágica. Dicho de otro modo, no estás para cumplir siempre sus deseos.
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Consecuencias de no aprender a decir que no
Una persona que solo vive para servir a los demás se conseguirá con un dilema fundamental de valoración con preguntas tales como: ¿cuándo tendré tiempo para mí? ¿cuándo seré verdaderamente importante para mí mismo?
El agotamiento, la sensación de no sentirse digno o valioso y hasta el resentimiento son consecuencias esperables de no saber decirle que no a los demás. Durante este proceso, muchas relaciones se dañan de tal forma que llegan a ser irreparables.
El asunto no radica en pasar de un polo al otro, no. No se trata de pasar del servicio extremo al egoísmo. De lo que se trata realmente es de mantener un sano equilibrio que te permita disfrutar de ayudar a los demás sin descuidar tus deseos y necesidades.
Si te cuesta poner límites y decir que no, valora la ayuda terapéutica como una camino seguro y sano para hacerlo.
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