Aunque no se note de manera sencilla, hay muchos heridos a nuestro alrededor. Cualquiera de nosotros puede estarlo, pero como no hay sangre de por medio, no le damos mayor importancia.
Un día, de repente, algo se quiebra y la herida queda expuesta. Siempre estuvo ahí, pero pocos estuvieron (y están) conscientes de ella. Entonces toca voltear la mirada a lo interno y ver de dónde viene tal dolor que no se calma con analgésicos.
Normalmente, proviene de la infancia, de esa etapa tan importante en nuestro desarrollo, pero que muchas veces pasamos por alto cuando estamos revisando lo que nos sucede durante las etapas posteriores.
Esas experiencias nos han moldeado de una forma en la que cada quien desarrolló mecanismos adaptativos que, en ocasiones, hacen que relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo exterior sea una tarea compleja.
Ante tal escenario, en el mundo del desarrollo personal, se habla de 5 etiquetas para estas heridas. En teoría, cada uno tiene algo de ellas, pero, como en todo, hay predominancias marcadas. No todos están heridos de la misma forma ni con la misma intensidad.
A continuación, conocerás las 5 heridas emocionales de la infancia que pueden estar condicionando tu vida y que deberías atender si quieres vivir con mayor plenitud y bienestar.
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Miedo al abandono
Estar presente no significa que se note. Dicho de otro modo, hay presencias que se notan ausentes.
Cuando este es el caso, los niños, generalmente de entre 0 y 3 años, experimentan una profunda soledad.
La herida está hecha en ese momento y es muy probable que la misma permanezca durante la adultez, a menos que se aborde como corresponde.
La parte más obvia de la forma en que se genera esta herida es cuando uno de los padres está ausente, por ejemplo, en caso de muerte o abandono físico.
El mecanismo de protección de una persona con esta herida suele ser una fuerte dependencia hacia su pareja. De alguna forma, las personas con herida de abandono sienten que no pueden solas con sus vidas y que obligatoriamente necesitan a alguien para sentirse bien.
Miedo al rechazo
No sentirse plenamente aceptado en los primeros años de existencia trae como consecuencia este miedo.
A cualquiera ser humano que esté en estado de vulnerabilidad, como lo está un infante, le gustaría (y necesita) sentirse cuidado y protegido, pero sobre que su progenitor lo acepta.
El conflicto de este miedo se da, comúnmente, entre el niño y el progenitor del mismo sexo.
En el caso de la madre, hay que tener en cuenta que después de que esta da a luz atraviesa por procesos hormonales y hasta por dolores físicos complejos que le pueden imposibilitar hacer sentir aceptado a su bebé.
El niño o la niña en cuestión desarrollará una máscara de evitación y aislamiento que le permita evitar el rechazo. Su lógica dice: si me aíslo, no tendrán que rechazarme.
Miedo a la traición
Cuando un niño se siente decepcionado acerca de sus progenitores, puede llegar a experimentar este miedo durante sus etapas de vida posteriores. Si siente que no puede confiar , probablemente desarrollará una conducta de control para intentar paliar su miedo.
Piensa por un momento en cuál es la primera forma de actuar que le seguiría a alguien que se sabe traicionado. Así es, de alguna forma, se convierte en un vigilante de todo lo que sucede y espera que todo salga según su forma de ver la situación. De este modo, no tiene por qué exponerse al riesgo de ser herido y decepcionado nuevamente.
Los conflictos surgen cuando sus relaciones se ven afectadas, pues la parte contraria se siente asfixiada y sin rango de acción propio.
Miedo a ser humillado
Como niños, esperamos que nuestros padres sean fuente de comentarios nutritivos. Ciertamente, ellos pueden y deben enseñarnos lo necesario para poder desenvolvernos más adelante, pero tales enseñanzas no deben suceder desde la crítica y los comentarios humillantes.
Cuando esto sucede, en el niño se desarrolla la herida de humillación, una herida que afecta su autoestima y su autoconcepto.
Las formas de causar tal miedo no consisten solo en ataques directos contra los niños y sus acciones, sino en comparaciones con lo que hacen otros. Por ejemplo, decirle a tu hijo que debe tener las mismas calificaciones, vestirse como se viste otro o ser como es otro, es una forma de desaprobarlo y hacerle sentir poco valioso.
El mecanismo de protección frente a esta herida puede ser una actitud tiránica frente a los demás. Por decirlo de algún modo, la lógica es «antes de que otro me humille, lo humillo yo».