Universalmente, los estudios sobre el ser humano, como también todos los aspectos y fenómenos que rondan su desarrollo, han sido un punto importante de encuentro de distintas disciplinas. Comprendiendo que un sujeto lleva en sí una mezcla de ámbitos y elementos que conforman un escenario y un contexto particular, es de suma importancia reconocer que para un análisis adecuado debemos posicionarnos desde una perspectiva multidisciplinar que, nos permita de una manera u otra, acercarnos lo más posible al verdadero fenómeno del ser humano a lo largo de sus años.
En este sentido, es posible reconocer con facilidad ciertas características propias de los seres humanos, tales como distintas épocas durante la vida que son categorizadas a grandes rasgos como infancia, adultez, tercera edad, entre otras. O bien, la consideración de factores fundamentales en la construcción de sujetos en ciertos contextos. La cultura, las sociedades, los roles que cada escenario deposita en los individuos, las instituciones que trabajan con y en ellos son sólo uno de los tantos elementos que podemos nombrar para acercarnos a un análisis multisectorial del ser humano.
Y aunque es posible situarse desde muchos enfoques y teorías, el principal foco de atención del presente escrito está arraigado en la primera etapa de desarrollo del ser humano, la infancia. Sin embargo, sigue siendo aún un fenómeno muy amplio para abarcar con la importancia que se merece, y es por esto, que no sólo tiene que ver con el período inicial de los individuos en el mundo, sino que también con el papel que juegan exactamente en una de las principales y primeras instituciones que aportan a su socialización, los establecimientos educacionales, donde siendo aún un fenómeno que pudiese ser tomado de distintas aristas y contextos, centraremos el análisis en un escenario particular, Chile.
Es así como, a partir de lo mencionado anteriormente, nos interesa abarcar con mayor importancia y profundización los roles que toma cada individuo: tanto los niños y niñas en el rol de alumnos/as como el profesor/a en el rol de educador/a en la educación primaria (también llamada educación básica) en Chile, la cual abarca actualmente un período de ocho años, dividiéndose en dos ciclos, desde 1ro básico hasta 4to básico y desde 5to básico hasta 8vo básico, donde los niños y niñas se posicionan entre las edades de 6 a 9 años y 10 a 13 años aproximadamente.
De este modo, las vías principales que darán estructura al presente escrito tienen que ver con aquellas que juegan un rol fundamental en la composición, por un lado, de la escuela como establecimiento educacional que facilita la interacción de sujetos en condición de igualdad y superioridad, y por otro, en la construcción de sujetos sociales. Así, uno de los primeros elementos que tomaremos en cuenta será la socialización, comprendida como:
«El proceso por cuyo medio la persona humana aprende e interioriza, en el trascurso de su vida, los elementos socioculturales de su medio ambiente, los integra a la estructura de su personalidad, bajo la influencia de experiencias y de agentes sociales significativos, y se adapta así al entorno social en cuyo seno debe vivir.» (Rocher, 1985, pág. 133).
Entendemos al mismo tiempo la relevancia que posee en cuanto la escuela funciona como mecanismo introductor de un ser nuevo en un escenario establecido, definiendo formas de actuar y maneras de vincularnos. En un segundo punto, destacaremos la relevancia de los roles que son asignados en dicho contexto a cada uno de los actores que son partícipes de tal escena, es decir, de los niños como estudiantes y de los profesores dentro de los establecimientos y más aún, dentro de las aulas.
En un último punto, serán las relaciones que se forman en base a distintos procesos de interacción y de los roles que posee cada uno de los sujetos, las que se desarrollaran para generar un marco analítico suficiente sobre las relaciones que se dan dentro de los establecimientos, entre niños y funcionarios en el sistema educacional de Chile.
Conforme a lo anterior, surge la primera necesidad para dar pie a un análisis profundo del escenario anteriormente planteado. En vista de que no son áreas estudiadas de manera universal, natural y objetiva frente a la cual exista un consenso absoluto de definiciones y acciones, debemos definir qué entendemos por el concepto de “infancia”. Para los efectos de este escrito, la entenderemos como un fenómeno que “en las sociedades occidentales modernas, desde un punto de vista sociojurídico, (…) corresponde al grupo social que se encuentra bajo la condición de minoría de edad, que en Chile se extiende de 0 a 18 años.” (Vergara, Peña, Chávez, & Vergara, 2015, pág. 55).
Por otro lado, para el sistema educacional chileno y según la Ley n° 20.370 todo aquel que se encuentre entre los 0 y 18 años de edad, debe cumplir obligatoriamente con la asistencia a los establecimientos educacionales, desempeñando así la enseñanza preescolar, básica y media (Chile, 2009). Desde otro punto de vista, uno de los principales objetivos de la Reforma Educacional del año 2015 tiene que ver con un compromiso de garantizar la educación a todo niño/a sin importar las diferentes condiciones en que se encuentre, con la finalidad de dar acceso a experiencias de aprendizaje que fomenten sus talentos y alcancen competencias necesarias para el desarrollo como sujetos en una sociedad plural y globalizada. (Ministerio de Educación, 2015)
Por lo cual, podemos desprender de lo anterior que la infancia, comprendida en Chile entre los 0 y 18 años, se asume como un periodo que debe ser obligatoriamente educativo, a través de institutos que cumplan este rol, establecimientos educacionales. Es aquí donde emerge la importancia del rol que poseen los niños y niñas de Chile en cuanto al acceso y desenvolvimiento en el espacio educativo.
Es así como, comprenderemos la infancia, como aquel periodo que “puede ser entendida desde perspectivas distintas a los modelos psicoevolutivos, develando al niño(a) como un sujeto complejo que se muestra como efecto, pero también agente de las sociedades actuales.” (Vergara, Peña, Chávez, & Vergara, 2015, pág. 55) En este caso, comprenderemos la noción del niño/a en cuanto a que se interpreta como efecto y agente a la vez del sistema educativo chileno. Es entonces que, a partir de tal noción, nuestro análisis se enfocará en responder y abarcar la interrogante que intenta dar cuenta sobre ¿cuál es el rol que los niños/as y los profesores/as asumen dentro del contexto de la educación primaria en Chile?
Recapitulando los roles asociados en la infancia a lo largo de la historia
Históricamente han sido diversas las teorías que han intentado hacerse cargo del término “infancia”, con la intención de establecer reglas generales que ayuden a captar a dicho fenómeno de manera más eficaz. Y si bien ya hemos establecido cuál será el concepto de infancia que posibilitara el presente análisis, de igual modo expondremos algunas de las teorías más replicadas que se han referido a la infancia.
En una primera instancia, los planteamientos de John Locke, empirista y filósofo inglés, fueron uno de los principales principios que se consideraron para un nuevo grupo que tomaba lugar en la sociedad, la infancia. Locke planteó en el siglo XVII, en pleno movimiento histórico de la Ilustración, la famosa metáfora de una mente como tábula rasa, la cual hace referencia a que “no existen ideas innatas ni aprehensión innata de la manera como el mundo es, no nacemos con ideas innatas. El entendimiento, ante de toda experiencia, no es más que un papel en blanco y todo conocimiento comienza en los sentidos.” (Cadavid, 2006, pág. 99) En este sentido, el conocimiento puede ser moldeado o esculpido en base a los criterios que el sujeto educador estime conveniente. (Martínez-Núñez & Muñoz-Zamora, 2015). Durkheim por otra parte, se refería a la niñez como un “ser egoísta y asocial que ha venido al mundo para que se le sobreponga otro ser, capaz de llevar una vida moral y social”. (Martínez-Núñez & Muñoz-Zamora, 2015.)
Como última perspectiva importante a nivel histórico, es necesario destacar a la Psicología del Desarrollo quien ha contribuido a través de la teoría de Jean Piaget un concepto de infancia relacionado con pasos y etapas asociadas a tareas específicas de logros cognitivos, y se le otorga importancia más aún en el presente análisis por el motivo de que ha sido una fuerte influencia en la formación del profesorado y ha tenido un lugar importante en el discurso pedagógico de nuestro país que se ha enfocado en la idea de educación durante la primera infancia como una etapa donde se puede acomodar las conductas (Martínez-Núñez & Muñoz-Zamora, 2015). Y desde lo anterior finalmente, también ha surgido como una sub-consideración de la infancia ligado a un discurso político, la idea de que son un factor esperanzador para la realidad adulta, en el sentido de que son futuros ciudadanos y, por tanto, futuros gobernadores (Martínez-Núñez & Muñoz-Zamora, 2015).
Ya con las primeras teorías a mano, podemos adentrarnos en el campo de la escolarización histórica. Como muchos de los procesos sociales, la escolarización de cierto sector social encuentra sus raíces en Europa y luego en América. En un principio, esta fue entendida como una apropiación, producción y control de subjetividades deseadas. Así, los comienzos de la pedagogía están ligados a una producción de sujetos en tanto se experimenta en los cuerpos infantiles practica reguladoras, modeladoras y productoras de formas de ser y estar de la niñez como pilares de las nuevas sociedades en donde existía la posibilidad de un progreso de las civilizaciones (Meza & Herrera, 2014).
Hasta ahora, como hemos demostrado, la infancia ha intentado ser comprendida desde distintas perspectivas y bajo diversas ideas, considerando diferentes elementos como centrales y aunque podemos llegar a considerar que no hay un consenso en ninguna arista entre todas ellas, sí podemos establecer un carácter unificador: todas ellas, son visiones construidas desde el grupo adulto y en visualizaciones de lo que serán a futuro. Es decir, toda perspectiva es en primer lugar construida bajo los lentes culturales de la adultez, y, en segundo lugar, son construidas para la adultez en el sentido de que es comprendida como un estado óptimo que debemos llegar y el que debiera tener el máximo de atención.
El adultocentrismo como eje central para la comprensión de la interacción de roles entre niños y profesores
El adultocentrismo, no sólo ha sido característico de las teorías sobre la infancia, sino que ha estado presente en múltiples disciplinas y teorías. Y en vista de que pasa a tomar total relevancia en cuanto es un “estilo de organización propio del capitalismo que otorga a las clases adultas la capacidad de control sobre quienes define como menores de edad” (Figueroa Grenett, 2016, pág. 120) debemos considerarla en el presente análisis. En la misma línea, cabe destacar que el adultocentrismo, posee un conjunto de prácticas discursivas y no discursivas que buscan sostener la figura del adulto como modelo acabado al que se aspira para la consecución de tareas sociales y productivas (Figueroa Grenett, 2016), mientras que a los menores de edad se les atribuyen cualidades tales como dependencia, irracionalidad e incapacidad.
Tal escenario, puede implicar en cierta medida desigualdades en las interacciones de ambos rangos etarios, en prácticas de la vida cotidiana y en el funcionamiento de las instituciones que finalmente tiene como efecto la producción de un espacio-infancia caracterizado por la negación de la visibilidad y el reconocimiento de los niños en las esferas socialmente significativas (Figueroa Grenett, 2016). Estas esferas significativas que comprenden espacios del desarrollo de los niños/as en aquel período de la infancia es donde la escuela juega un rol importante y tal vez único.
A raíz de lo anterior, podemos agrupar la mayoría de los supuestos en una perspectiva que posiciona a la infancia como un grupo etario sobre el cual hay que actuar y no dejar que actúe y observar. Son un conjunto de sujetos que deben ser introducidos en la sociedad mediante mecanismos que los adultos estiman convenientes sólo por ser estos quienes han configurado todos los escenarios de desarrollo e interacción. Y en este sentido, deben alcanzar un desarrollo óptimo que posibilite al mismo tiempo una mejoría en las sociedades, es decir, la visión y la entrega de un campo de desenvolvimiento para niños, está teñido de tres ideas centrales: seres que deben ser moldeados para un ingreso adecuado a la sociedad, grupo en el cual se deposita una inversión a futuro, acciones que forman su vida y sus modos de actuar y posicionarse en una sociedad siempre establecidas y supervisadas por adultos, quienes además, poseen el rol fundamental dentro de toda comunidad.
Desnaturalización de la noción histórica y común de infancia
La desnaturalización de la noción de la infancia como sujetos pasivos que deben ser moldeados e instruidos con elementos propios y establecidos culturalmente, es una de las tantas opciones que se pueden observar para generar un escenario paralelo en donde realmente, los niños vendrían a ser protagonistas de su propia temporalidad.
Las creencias comunes están arraigadas en la idea de que el niño debe ser instruido, sin embargo, siguen siendo creencias desde una perspectiva adulta. Al contrario de estas, “los niños poseen una capacidad de interpretar de manera sutil su entorno y posicionarse de manera crítica respecto a los modos de vida y trabajo presente en la sociedad chilena actual” (Vergara, Peña, Chávez, & Vergara, 2015, pág. 55). Estos mismos autores sostienen que:
“Los nuevos estudios sociales conciben a los niños como actores (o agentes) sociales y destacan, tanto su tendencia a reproducir las relaciones sociales dominantes, como también su capacidad de agencia en la modificación del mundo de la infancia y las concepciones sociales que existen al respecto. (…) los niños se constituyen tempranamente como sujetos plenamente sociales y políticos. (…) esta manera, esta perspectiva busca transformar la condición habitual de los niños de objetos de estudio para pensarlos como sujetos y como partícipes en la producción, planificación y circulación del conocimiento.” (Vergara, Peña, Chávez, & Vergara, 2015, pág. 56).
Conforme a estas nuevas corrientes que marcan una diferencia con las teorías tradicionales, en el marco educacional de los establecimientos en Chile, aún podemos percibir una preponderancia y un mantenimiento de la idea de sujetos pasivos o bien la idea de la tábula rasa de Locke. Cabe preguntarse en esta instancia entonces, ¿por qué, los mecanismos educacionales siguen siendo los mismos, si con el paso del tiempo, las corrientes sobre la infancia han mutado?
El adultocentrismo aún es un carácter fundamental en el sistema educacional chileno, si bien se ha expresado la idea de fortalecer talentos y conocimientos, son todos configurados para desarrollarlos en vías de un futuro adulto que aporte a la sociedad en la que vive. El niño sigue siendo visto como sujetos inferiores a los adultos que deben ser preparados y dejando de lado la familia, y centrándonos en el otro sector principal de interacción de adultos y niños, la idea de superioridad o más aún, de relaciones de poder, sigue siendo palpable.
Relación entre los establecimientos educacionales y los niños
Dentro de una sala de clases, y aún más generalmente, dentro de un establecimiento educacional, los niños y niñas deben cumplir con ciertos reglamentos, con ciertos comportamientos, con ciertos discursos, acciones, obligaciones e incluso, vestimenta, conjunto de elementos que además no han sido discutidos con los protagonistas. Si son los niños quienes deben comportarse de cierta manera, deben actuar de un modo determinado, deben vestir y cumplir con tareas específicas, ¿por qué no consultarlo y discutirlo con ellos, si serán quienes lleven a cargo la larga lista de expectativas? Ese es uno de los mejores ejemplos que puede reflejar el carácter adultocentrista del sistema educativo chileno.
Y en este punto, por qué no proponer a la vez el surgimiento de uno de las aristas elementales de este escrito, el tipo de relación que se da en los establecimientos educacionales entre alumnos, compréndase a estos como a la infancia, y los profesores y directivos de colegios, quienes por lo demás, moldean el escenario propicio para el desarrollo de talentos y conocimientos de los futuros adultos. Si hablamos entonces, de una inexistencia de interacción en cuanto a la discusión de los parámetros que construyen los establecimientos educaciones y por ende el ambiente que pronto se da en él, estamos hablando al mismo tiempo de una desigualdad entre los estamentos que tienen cabida. No obstante, es más importante aún preguntarse ¿qué tipo de desigualdad es la que tiene lugar?
Si bien podemos asegurar de inmediato que la principal diferencia es la edad entre un grupo y otro, no es directamente dicho elemento el que delimita quiénes actúan como creadores del escenario y quiénes sólo deben obedecer y actuar en la obra según el papel asignado. Es respecto a esto que, si bien la edad es quizás el factor más relevante y utilizado dentro de la relación de poder que se establece entre el profesor/docente y el estudiante/niño, debemos considerar que la edad posee diversas implicancias. No es sólo que un sujeto sea mayor que otro, es que uno de éstos -él mayor- tiene beneficios socialmente reconocidos, tales como una profesión, la idea de ser un guía, un sujeto preparado en cuanto a conocimientos y que debe instruir, por tanto, un sujeto que es superior y que debe todos estos elementos reconocidos a nivel de comunidad a la trayectoria de su vida, es decir, a su experiencia y su experiencia a su edad.
En este sentido, la diferencia de edades entonces conlleva otro tipo de desigualdad, la de autoridad. Pertenecer a un determinado grupo etario, implica un reconocimiento social como tal, y en ese sentido, la importancia y la relevancia respecto a espacios de discusión que se le otorga a cada grupo es abismante. Mientras un adulto es el sujeto propicio, adecuado y preparado para discutir temas que le incumben no sólo a él, sino que a otros como a niños, son estos últimos los que quedan relegados a un campo de nada más que aceptación. En este sentido, el profesor/docente adquiere un papel de autoridad dentro de las relaciones que se establecen no sólo dentro del aula, sino también dentro del establecimiento educacional como tal.
La autoridad pedagógica dentro del marco educacional
Como mencionamos anteriormente, la edad no es el único factor que conlleva el ejercicio del poder. Debemos considerar las implicancias de la edad y dentro de este marco, podemos identificar que la autoridad es un factor relevante que se encuentra fundamentalmente ligado a la percepción que establece el profesor en sus alumnos de sí mismo. Es así que, se hace necesario acentuar que la autoridad, construida en el marco educacional, nace desde la relación de profesoralumno que se ha implementado respecto de la idea de educación, donde existen diferentes actores que deben guiar la construcción educativa.
En este sentido, “La autoridad es una realidad que emerge sólo en la interacción social. (…) para que se presente la autoridad se requiere de profesores y estudiantes en situación de interacción que construyan una realidad social (…) El profesor en soledad no es autoridad.” (Meza, Cox, & Zamora, 2015, pág. 732). La autoridad nace de una relación social que se da acorde con la interacción que se presenta en la sala de clases entre los profesores y sus alumnos, por lo cual, es respecto a esta interacción que emergen los roles de cada actor.
Además, es importante agregar que “la autoridad sólo puede ser reconocida por quien obedece. Lo que enfatiza la idea que la autoridad no es un atributo de la persona, sino un reconocimiento que pueden hacer unos de otros en interacciones concretas.” (Meza, Cox, & Zamora, 2015, págs. 732-733) Es aquí como apreciamos que el reconocimiento del rol del profesor como autoridad dentro de la relación educativa se tiende a delegar de manera natural. Desde este punto, es al docente a quien se le ha otorgado históricamente el rol de guía, entendiendo a este actor como producto de “una construcción social, política, histórica y cultural” (Biscarra, 2015, pág. 81) la cual se ha dado a lo largo del tiempo y la historia educacional chilena.
Es necesario reconocer que dentro de la interacción que se da en la sala de clase, son los estudiantes quienes reafirman ese rol, puesto que, si no reafirmaran este rol, no podría ejercerse la autoridad. En este sentido, muchas veces se piensa que es una relación que se ha dado de manera natural respecto a la diferencia de edad que se posee, sin embargo, comprende un contexto más amplio que una simple reducción etaria; abarca un proceso de construcción histórico y social, donde los niños/as y los profesores reconocen constantemente quien pertenece a cada rol: el individuo autoritario y el individuo obediente.
Por otro lado, es importante mencionar que la relación de autoridad no solo se establece en la comunicación verbal, sino que también puede reconocerse en elementos que a simple vista parecen naturales, pero que son elementos que resaltan la diferencia que posee cada rol. Con esto nos referimos al simple hecho de que los profesores posean una mesa y asiento más cómodo que los pupitres comunes de los niños, el uso de uniforme de los niños y niñas versus el delantal que usa el docente, el desenvolvimiento físico y libertad que posee el docente dentro del aula contrarrestado con la actitud sumisa que deben mantener los niños y niñas sentados en sus pupitres, donde deben pedir permiso para realizar cosas comunes como querer pararse para botar un papel, levantar la mano para expresar una opinión o inclusive se presencia en situaciones de necesidades naturales, como ir al baño.
Relaciones de poder entre el adulto/profesor y el niño/estudiante
El ser adulto y por tanto estar en el centro de todo, es decir, de decisiones, de discusiones, de construcción de instituciones, de construcción de roles, de expectativas, de cultura, de sociedades, de acciones esperadas y acciones no esperadas, etc. otorga una posición de superioridad en el sentido de que son ellos mismos quienes edifican lo que son, donde será y cómo será. Ser adulto entonces, es tener un poder de creación de ambientes en todo sentido.
Es aquí donde las relaciones de poder entran en juego, mediante la noción de la infancia como un grupo etario sobre el cual hay que actuar y no dejar que actúe, donde entendemos el poder como:
“Un conjunto de acciones sobre acciones posibles; [que] opera sobre el campo de posibilidad o se inscribe en el comportamiento de los sujetos actuantes: incita, induce, seduce, facilita o dificulta; amplía o limita, vuelve más o menos probable; de manera extrema, constriñe o prohíbe de modo absoluto; con todo, siempre es una manera de actuar sobre un sujeto actuante o sobre sujetos actuantes, en tanto que actúan o son susceptibles de actuar.” (Foucault, 1988, pág. 15)
El ejercicio de poder se realiza mediante un modo de acción de unos sobre otros, donde los unos serían los educadores, profesores y adultos, es decir, todo aquel que no se encuentra en el período de niño/a y los otros serían aquellos niños/as que asumen el rol de estudiantes y alumnos dentro de la escuela, quienes deben acatar lo que dice el mundo adulto. Además, “lo que define una relación de poder es que es un modo de acción que no actúa de manera directa e inmediata sobre los otros, sino que actúa sobre sus acciones: una acción sobre la acción, sobre acciones eventuales o actuales, presentes o futuras.” (Foucault, 1988, pág. 14)
Las relaciones que se dan entonces son de poder en el sentido de que es un grupo el que tiene la facultad de delimitar y definir lo posible y no posible, lo esperado y lo no esperado. En un establecimiento educacional, rige la misma lógica. Todo aquello que es necesario para conformar un ambiente educacional adecuado para la instrucción de niños en base a conocimientos científicos, morales y de socialización, está edificado por adultos y para llegar a ser un adulto.
Ahora bien, ¿de qué modo es eficaz la implementación de tales elementos, como reglamentos? Para Sandoval, la disciplina es un componente central del clima escolar, en cuanto es el cumplimiento de los roles que a cada miembro de la comunidad educativa le compete (Sandoval Manriquez, 2014). Si todo actor cumple la acción y las expectativas que fueron depositadas en él, el modelo implantado es sustentable en la medida en que todos actúan para alcanzar una meta común. Según Sandoval:
“Es sabido que detrás de los contenidos y valores que se expresan en objetivos educacionales, entiéndase como «currículum explícito» simultáneamente existe una forma tácita de enseñanza que entrega normas sociales y expectativas que tiene la sociedad sobre los/las estudiantes. Es lo que Jackson (2001) llama «currículum oculto»; es decir, que las escuelas hacen lo que se supone que deben hacer; dicho de otra forma, entregan lo que será útil para el orden social establecido” (Sandoval Manriquez, 2014, pág. 156).
Según el mismo autor, en dicho currículum se transmiten expectativas asociadas al papel de los estudiantes (sumisión, obediencia, etc.), sin embargo y al mismo tiempo, surge una contradicción con los objetivos establecidos por el Estado de Chile sobre la educación y su currículum explícito, puesto que este se basa en la fomentación de la autonomía y de la capacidad crítica. En este sentido, el rol del estudiante queda subordinado a la siguiente premisa “deben acostumbrarse a la diferencia de poder, sustituyendo los propios planes e iniciativas por los que el profesor (a) impone” (Sandoval Manriquez, 2014, pág. 156).
El rol del profesor en la escuela
Dicha expresión de currículum que menciona Sandoval es donde también se encuentran insertos los roles de los profesores como educadores de los niños y niñas que asumen el papel de estudiantes dentro de gran parte de su infancia, principalmente en la etapa primaria de la escuela, la cual, como hemos mencionado anteriormente, es una etapa fundamental dentro de la infancia.
Dentro de este plano, Rodrigo Ruay, señala que los roles que asumen los profesores y docentes se pueden comprender principalmente de dos maneras: como instructor o como educador. Como instructor en el sentido de normar a los niños/as en su papel de estudiantes y alumnos, y por otro lado, como educador, asumiendo un rol totalmente contradictorio a la visión que tenemos de profesor como instructor, es decir, como un tipo de padre espiritual o incluso consejero que tiene la tarea y facultad de conducir la evolución de las etapas que van desarrollando en el período de la infancia. (Ruay, 2010)
Por lo que el rol que quiera asumir el profesor dentro de la interacción con sus alumnos es de suma importancia en el desarrollo del niño, puesto que “no se puede dejar de destacar que el profesor ejerce un rol determinante en el proceso educativo y sus acciones son fundamentales cuando se apunta a mejorar la calidad de la educación (…) no toda la responsabilidad es del profesor, pero es él quien lidera el cambio en el aula con sus alumnos.” (Ruay, 2010, pág. 118)
Es entonces, que el rol del profesor es un rol determinante y de suma importancia en el proceso educativo. El docente posee distintas facultades dentro del aula escolar, ya que es el principal líder y motivador al generar una relación interpersonal directa con los estudiantes dentro del establecimiento educacional. En consecuencia, una de las principales facultades, y tal vez más relevante dentro del rol y labor docente corresponde a la tarea de ayudar en el desarrollo del aprendizaje que los niños y niñas deben lograr, en el sentido de que el aprendizaje y conocimiento entregado sea significativo para el niño/a que se encuentra en el desarrollo e internalización de dichos conocimientos.
Por otro lado y finalmente, el docente también posee la responsabilidad de generar en sus clases un espacio de socialización de los niños/as en interacción con sus pares y con la institución escolar en sí misma, en cuanto a que es un rol que se encuentra inserto dentro del modo que logrará desenvolverse el niño/a en el desarrollo de la vida, entendiendo que la escuela -acompañada por la familia-, es la primera institución socializadora donde se vincula en un mayor contexto los niños y niñas, y aquella que permitirá, tras una trayectoria exitosa en el sentido de metas sociales alcanzadas tales como conductas y/o modales, un ingreso adecuado a un escenario social edificado en normas comunes que son compatibles con las conductas y modales distribuidos e instruidos en establecimientos educacionales.
Conclusión
Desde hace muchísimo tiempo, la educación ha sido uno de los elementos primordiales para el desarrollo óptimo de una sociedad, y es por esta misma razón, que se le ha puesto desde muchos ámbitos, bastante atención. Si bien han sido diversas las perspectivas que intentan aportar a sistemas educativos, y en Chile mismo, diferentes ideas las que han trabajado para construir una educación acorde a las necesidades que posee la comunidad chilena, es posible reconocer cuáles han primado y se han hecho cargo de las directrices fundamentales del sistema educativo.
Si bien las opciones que posee el país para configurar la educación, en el sentido de las perspectivas y líneas a seguir, son variadas y han ido mutando conforme pasa el tiempo, en Chile se ha mantenido la idea desde los primeros pasos. El sentido de educar a las nuevas generaciones viene acompañado de un interés en quiénes serán en el futuro y el lugar que ocuparán en la sociedad, y desde allí, cómo intervendrán y qué aportarán. Es por esta razón, que no es posible dejar al azar y al criterio de la infancia, los modos en que éstos se educaran y qué es lo que aprenderán. Son vistos como un grupo fundamental para la sociedad, pero es tan fundamental que se debe intervenir para que no amenace los cimientos que sostienen el constructo social chileno.
En este sentido, los colegios son el mecanismo óptimo y aceptado para contrarrestar las posibilidades de que surjan tales amenazas y terminen por dificultar la estabilidad de los parámetros que rigen a la comunidad. Es en esta institución donde se dicta qué es lo que un sujeto común debiera saber, cómo debiera comportarse, cómo debe reconocer al resto y qué es lo básico que debe manejar en su vida para ser el adulto que se espera que sea.
La imagen que deja tal manera de acción de las instituciones educacionales deja al mismo tiempo la interrogante sobre ¿qué es lo que un niño podría hacer para modificar tanto una sociedad, hasta el punto de tener que intervenir de manera general en su vida? Así, incluso podríamos plantear otra pregunta que podría denotar una cierta contradicción en la manera de incidir en colegios y sobre la infancia y en la manera en que se piensa sobre ella, ¿si se piensa que un niño, de no ser educado en base a los parámetros sociales esperados, podría generar ciertas discordancias y desequilibrios en la comunidad, por qué se le trata y se trabaja sobre él, como si no tuviera estas capacidades?
Dentro de la materialización del sistema escolar, es decir, dentro de las escuelas y más aún, dentro de las aulas, es posible discernir entre quién puede tomar decisiones y quién debe sólo acatarlas. La diferencia de edad y lo que aquello conlleva, es decir, el reconocimiento social, su profesión, su posición dentro de la sociedad, es lo que logra generar diferencias sustanciales en cómo interactuar dentro de un grupo. Y de esta manera cabe preguntarse, ¿por qué es más importante y apreciable, lo que puede o tiene para decir o decidir un adulto, en un escenario en donde no es el protagonista?
El adultocentrismo de este modo ha jugado no uno de los más importantes roles en todo ámbito, sino que es quizás el más importante. Podríamos pensar que si desde hace siglos se ha mantenido una perspectiva que fomenta la idea de generar escenarios de preparación para llegar a una adultez óptima y que de esta misma manera son ellos mismos quienes debieran modular y manejar tales escenarios, aun cuando la presencia de corrientes más contemporáneas ha tratado de incidir en tal escena con la idea de devolverle el protagonismo a la infancia en todo sentido, es porque algo debe estar funcionando de buena manera. Pero preguntémonos si ¿es sinónimo de desarrollo y de futuro próspero, una profesión? ¿Esperamos sujetos intelectualmente preparados, con conocimientos sobre ciencias naturales, matemática, física, para crecer como país?
El sistema educacional chileno, hoy en día y basado en sólo relaciones de poder que se dan por la diferencia de edad dentro de un cuadrado como lo son las aulas, no ha intentado más que generar conocimientos históricos de teorías y sus aplicaciones, pero se ha olvido de fomentar la posibilidad de que sea la misma infancia quién genere su espacio para su desenvolvimiento. La educación chilena en este sentido, no se ha tratado sobre nada más que dar conocimientos duros desde un lado, y desde el otro recibirlos. Y es, esta relación unidireccional la que se ha fomentado por las superioridades en roles dentro de las aulas.
Finalmente, cabe destacar la importancia del protagonismo no reconocido de la infancia en colegios. Sin ellos, no habría a quién educar, sin ellos no sería necesario un sistema educacional, pero, si son ellos los protagonistas, ¿por qué no tratarlos como tal? Hoy en día, la educación en Chile trata al infante como un sujeto sobre el que hay que actuar para su futuro como adulto, sin tomar en cuenta la importancia de la etapa misma que viven. Es decir, el foco de atención para el cual se interviene es sólo para la adultez. Y en tal línea, la infancia pasa a ser una etapa transitoria, una etapa donde los niños la caracterizan, pero no son protagonistas de dicha temporalidad.
Autores: Tamara Villegas y Mariajesus Sepúlveda