Transgredir sugiere traspasar, ir más allá, infringir, entre otras definiciones, pero cuando se transgrede físicamente, ¿qué es lo que permite que exista esa transgresión?, ¿existe una responsabilidad del transgredido?, el que transgrede, ¿tiene como propósito transgredir?
Los límites corporales, no solo se encuentran tipificados o concebidos en base a lo que cada cuerpo privado señala de sí mismo, sino que también se encuentra tipificado en las leyes, por lo que a partir de ese hecho no es una instancia privada de pensamiento o reflexión, sino que una instancia de relación pública de nuestros cuerpos en el entorno privado y en lo público.
En lo que respecta al ámbito público, un hecho ocurrido en el ambiente privado, se vuelve legítimamente público, cuando infringe no sólo los límites privados de las personas, sino que transgrede lo señalado ante la Ley, como es el caso de la violencia intrafamiliar y el abuso sexual de los niños, niñas, jóvenes y adultos en general.
En lo que respecta al ámbito privado, cada cual, con su historia de desarrollo vital, construye sus límites corporales y emotivos, modula su emotividad y afectividad, y significa su experiencia relacional en base a sus propias herramientas personales y sus relaciones sociales. No obstante, existen experiencias transgresoras, en el ámbito físico, como es el caso del abuso sexual o las violaciones, que pueden generar no solo cambios físicos, en nuestra manera de relacionarnos con el mundo, sino que también provocar cambios o modificaciones emocionales, cognitivas y psicológicas, sobre nosotros mismo y sobre las relaciones con los otros. Por lo que no se trata sólo sobre el traspasar los límites corporales, sino que además de modificaciones vitales.
En cuanto a la violencia intrafamiliar, se comprende en la amplitud de la definición, en cuanto violencia física, sexual, económica, verbal, psicológica, entre otras, que buscan mantener a la persona transgredida bajo el control del transgresor, utilizando diversos mecanismos coercitivos de control.
A pesar de haber hecho la distinción en lo que respecta al abuso sexual y la violencia intrafamiliar, es loable sostener que ambas mantienen a la base experiencias abusivas, el silencio como mecanismo de culpa y miedo, el ejercicio del control y del poder sobre la víctima.
La edad en la cual ocurre la transgresión y cómo lo enfrentan los adultos responsables o las personas significativas, conlleva una facilitación o un obstáculo a la hora de enfrentar aquella transgresión, de verbalizarla, de permitir la apertura o el cierre a los procesos reparatorios.
Reparar algo que alguna vez se rompió
Reparar involucra reconocer que algo en nosotros se rompió, se transgredió, y que ello debe ser reparado a modo de re-construir nuestra vida y re-significar la experiencia traumática, cuyos objetivos deben apuntar a sanar aquello, pero no a olvidar lo vivido, pues ello, ha significado una etapa y una experiencia, muchas veces dolorosa en cada uno y en los que nos rodea, además de un cambio en la manera de relacionarnos con el mundo y de reconocernos a nosotros mismos.
Muchas personas, cuando enfrentan una o más experiencias transgresoras, tienden a vivirse en la culpa, porque no sólo se consideran sufridores de dolor provocado por otra persona, sino que, con su experiencia, tienen la percepción que provocarán dolor, pena, rabia o desconfianza en los integrantes de su grupo familiar, en los adultos responsables o en las figuras significativas, por no haberlos protegido o cuidado o por no haber percibido el peligro en la o las acciones en las que iba a incurrir el/a agresor/a. Sumado a un posible quiebre relacional entre los integrantes del grupo familiar, debido a que, generalmente, los/as transgresores/as se encuentran en el círculo de la familia, razón por lo cual, conlleva una alta emotividad. Además, un alto porcentaje de las personas transgredidas poseen en primera instancia la percepción de haber propiciado las condiciones para haber sufrido esa transgresión, por la vestimenta, por donde iban caminando en la noche, por haber estado solo o sola de paseo, por no haber aceptado lo que el conyugue o la pareja decía, entre otras circunstancias, que se ven reforzadas, por distintos dispositivos sociales, que propician el silencio de las experiencias transgresoras.
A partir de ello, se puede sostener que no existe una responsabilidad en el vivir la experiencia traumática o transgresora, sino que existe responsabilidad en el qué se hace con ella: se obvia, se reproduce lo que se vive por miedo a que se le señale a la persona que “es tonta por haber aguantado tanto”, se guarda silencio por qué “es mi experiencia, es mi vida y yo sé qué hago con ella”, a modo que la propia persona supone que es capaz de hacerse cargo por sí sola, o se busca ayuda para reparar.
Y si la intencionalidad de la persona que transgrede es traspasar los límites o no de las personas transgredidas, es una respuesta que tiene varias aristas como la historia vital de la persona, la historia familiar de la misma, el cómo aprendió a relacionarse, las formas de apego, el nivel cultural, que no es lo mismo que el nivel educacional, los mitos familiares, la capacidad económica, el autoconocimiento, entre otras, las que por cierto no justifican el violentar a otro ser vivo ni el provocar cambios en el nivel relacional de las personas transgredidas.
¿Cómo aprender de las experiencias de transgresión?
El haber sufrido experiencias transgresoras, nos llama a abrirnos al diálogo, en un contexto de confianza y de escucha, hace un llamado a la reflexión acerca de cómo enfrentamos los procesos traumatizantes. Y nos hace un llamado acerca de cómo se les señala la protección a los niños, a las niñas y a los adolescentes, en temáticas de vulneración, es decir, cuanta confianza señalamos en nuestros discursos protectores, cómo entregamos la confianza, cómo devolvemos las narraciones que los niños, las niñas y los adolescentes señalan cómo importantes.
Al respecto, para finalizar, es relevante reflexionar en cuanto a ¿cómo me gustaría que se comportaran conmigo ante una situación de transgresión a mi persona?; cuestionarnos acerca de nuestros discursos insertados a nivel familiar o social, como cuando algunos señalan que “si te pasa algo yo me muero”, “si te hacen algo, yo lo mato”, “¿estás seguro/a acerca de lo que me estás diciendo?” o “¿sabes cuánto daño puedes provocar si tú estás mintiendo?”. Son alguna de las cuestiones que me permito instalar a modo de discursos que nos llaman a la reflexión, pues no generan confianza, ya que provoca culpa frente a la experiencia, provoca posibilidad de pérdida frente a la experiencia, y provoca duda acerca del propio discurso y acerca de la propia vivencia, llegando a insinuarse en ocasiones, en la persona transgredida, como fantasía o instalándose la categoría de mentiroso o mentirosa desde los receptores, por la retractación que existe frente a esta duda.