La depresión en Chile es un tema en boga. El término depresión es ampliamente conocido en el sentido común y empleado de diversas formas. A su vez se ha vuelto una temática social por sus altos índices de prevalencia en la sociedad chilena. Según el Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad (MIDAP), Chile estaría por sobre el promedio mundial en la prevalencia de esta enfermedad. Sin embargo ¿qué implica estar deprimido?
En primer lugar, la depresión, desde una perspectiva psicoanalítica, no existe como clasificación nosológica (clasificación médica o psiquiátrica), en tanto que su manifestación siempre es singular, siempre situada en el contexto de una historia individual, en última instancia, de una narrativa propia a cada sujeto. De esta manera, no es posible unificar las manifestaciones depresivas bajo el término reductor de depresión (Spurrier, 2006).
En contraparte, se puede señalar que la depresión pone de manifiesto una vinculación a una pérdida, a un ideal inalcanzable o la muerte del deseo por vivir, por experienciar (Sobral, 2009). El sujeto, en lugar de admitir la pérdida del objeto, junto con lo más propio que el objeto arrastró consigo, se ahoga en un estado depresivo que no lo confronta, con lo que resulta insoportable asumir: su perdida, su ausencia (de otro y/o de sí mismo). En esta línea, es pertinente enfatizar que lo que mueve a un sujeto hay que ubicarlo al nivel del deseo, por lo tanto, la suspensión de aquello que causa el deseo produce un cierto abandono del sujeto: abandono de sus actividades, abandono de sus intereses, pero también abandono con respecto a si mismo (Godoy, 2006), lo que habitualmente es percibido como “sentirse deprimido”.
En segundo lugar, es importante problematizar sobre las respuestas comunes frente a las que se ve confrontado un sujeto “deprimido”, sobre todo por la tendencia de los medios de comunicación a encontrar la “receta” para superar la depresión. Como ya podrán pensar, el encuentro con la receta o la manera de llevar una vida feliz y plena dista mucho de lo posible. En esta sociedad, en la que se valora la apariencia de felicidad se tiende a pensar que una persona puede mejorar si cambia su actitud o forma de actuar. No obstante, la invitación es siempre a pensar que en ese desgano propio de la depresión siempre se esconde un enigma, algo de lo que no se dice, y es singular a cada persona.
De esta manera, de esta manera su busca pasar de la queja inicial “soy depresivo”, “tengo depresión” a la interrogación que queda de su lado, a la conexión que eso tiene con su propia vida. Así, el afecto depresivo comienza a diluirse y en su lugar aparecen otras cosas: preguntas, dudas, tristeza, rabia, una interrogación sobre su vida y su malestar, lo que permite una nueva posición de la persona sobre lo que le aqueja, en otras palabras, posibilita un cambio. En este punto subrayaré dos consideraciones que se dicen de lo anterior: cada cual “se deprime” en forma diferente, desde su propia historia, siendo ahí la importancia de indagar en su historia, en su forma de percibir y experienciar su propio malestar. En segundo lugar, es la persona misma quien elige y decide sobre su propio dolor (o tristeza), siendo esto último la responsabilidad ética que tiene cada persona por decidir sobre su propia historia.
Referencias
MIDAP. (2016). Investigadores Jóvenes. Recuperado en:
http://midap.org/investigadores-asociados/investigadores-jovenes-y-postdoctorantes/
Sobral, G. (2009). La depresión actual. Virtualia, (19). Recuperado en: http://virtualia.eol.org.ar/019/template.asp?dossier/sobral.html.
Spurrier, P. (2006). Adolescentes, depresión y modernidad. Virtualia (14). Recuperado en: http://virtualia.eol.org.ar/014/pdf/pipol_malengreau.pdf