Históricamente hemos oído hablar sobre la mente y el cuerpo como dos elementos separados que interactúan entre sí. Esta perspectiva dualista, bien arraigada y presente aún en nuestros días, sigue estando a la base de muchas perspectivas de psicología guiando la intervención en la práctica clínica. Esta distinción de mente-cuerpo fue tomada de la mano de Descartes en el siglo XVI-XVII, que aseguraba que el cuerpo y la mente son entidades o substancias distintas: la mente está esencialmente vinculada al acto de pensar, sin espacio definido, y puede decidir libremente; mientras que el cuerpo está situado en el espacio, sin pensamiento, y lo gobiernan las leyes del movimiento.
Esta línea de pensamiento se ha ido cuestionando ya desde hace años mientras han ido surgiendo nuevas propuestas y perspectivas teóricas, que a través de numerosos estudios científicos, demuestran cómo el cuerpo es un todo indivisible que funciona en perfecta sincronía y que se ve afectado y emocionado en todo momento. El cerebro no es una parte del cuerpo superior que influya sobre las demás, sino todo lo contrario. El cerebro toma las señales corporales primero, provocadas por la experiencia emocional, y las interpreta para después seguir con el proceso de traducción de información hacia otros órganos del cuerpo, igual de importantes.
Un autor sumamente importante en el desarrollo de esta perspectiva es Antonio Damasio, neurocientífico y médico neurólogo actual, que vinculó las emociones al cuerpo (especialmente a las vísceras abdominales) y los sentimientos a la mente (cerebro) en donde se interpretan dichas sensaciones. Es decir, cuando uno vive, experimenta primero emociones a través del cuerpo que más tarde son interpretadas por el cerebro y racionalizadas en sensaciones y sentimientos. También investigó sobre lo que después llamaría marcadores somáticos, que son señales corporales o estados somáticos que informan al cerebro a través del nervio vago, el sistema hormonal y el sistema nervioso autónomo, acerca de lo que ocurre en las vísceras abdominales.
Vivir de la forma en la que lo hacemos lo humanos, es decir, inmersos en un entorno del cual somos inseparables (no existe el ser humano sin entorno ni mundo) nos mantiene irremediablemente siendo afectados, emocionados, de forma constante. Por lo tanto no hay un momento del día en el que no estemos experimentando emociones, y que por tanto nuestro cuerpo no esté trabajando y viéndose afectado de una forma particular: con alegría, con pena, con rabia, con dolor, con ansiedad, con angustia… Incluso cuando pensamos que estamos en estado de quietud, estamos emocionados. Por ejemplo: estudiando “tranquilamente” puedo estar emocionada desde la intranquilidad de encontrarme no entendiendo el texto, o tomando un té mientras veo la tele y siendo afectada corporalmente por el contenido emocional de las imágenes que veo.
Lo que suele ocurrir habitualmente es que, como organismo complejo que somos, tendemos a la homeostasis de nuestro sistema, y por ello las emociones pasan desapercibidas en muchas ocasiones a no ser que sean muy fuertes, evidentes o discrepantes con lo que solemos estar habituados a sentir. El concepto de homeostasis se refiere a que nuestro organismo tiende a una regulación interna que nos hace sentir bien, en tranquilidad; nuestro estado corporal nos es familiar. Esto no quiere decir que este estado sea “bueno” o “sano”, sino que es el estado emocional/corporal con el que estamos más familiarizados y que es el más recurrente y encarnado; por tanto el más propio.
Comprender nuestras experiencias y nuestra vida desde esta perspectiva que toma todo nuestro ser como un cuerpo emocionado, sin hacer distinciones entre partes superiores o más importantes que otras, nos permite tener una visión comprensivamente distinta de muchos síntomas o enfermedades somáticas que no encuentran un origen biológico. Síntomas como la taquicardia, el llanto fácil, el dolor abdominal, el bruxismo, afecciones en la piel, colon irritable, gastritis y apnea del sueño, entre otros, son síntomas físicos que indican cómo estamos viviendo corporalmente y por tanto emocionalmente. No son síntomas que vengan “de la nada” sin arraigo alguno en nuestra vida.
Actualmente nos tomamos nuestro cuerpo como un agente extraño que funciona independiente de lo que vivimos, y es tanta la desconexión corporal que existe que necesitamos de terceros para darnos cuenta de que nuestras emociones son las que hacen síntomas en nuestro cuerpo. Por supuesto, siempre es importante consultar primero con el médico para descartar cualquier causa orgánica, pero una vez descartada debemos preguntarnos: ¿Cómo estamos hoy día viviendo emocionalmente? ¿Tristes, alterados, nerviosos, con responsabilidades, con angustia? ¿Qué me ha estado pasando últimamente en la vida y cómo me he estado sintiendo? Encontrar las contingencias entre las experiencias emocionales y los síntomas físicos nos dará una pista para comprender mejor nuestro estado emocional/corporal y así poder tratarlo con el fin de mejorar nuestra salud.
Autor: Andrea Esperanza Bona