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Cuando el dolor del duelo no nos abandona

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dueloEl duelo o fin de una forma de vivir es un desafío que todos los humanos enfrentamos en el transcurso de la vida y el dolor que puede acompañar a la pérdida de una relación significativa es algo que podemos considerar normal en tal contexto. Tal es el caso de la pérdida por la muerte de un ser querido, una separación de pareja, un trabajo que ya no se realiza (por ejemplo, por jubilarse) o aquella relación con el cuerpo saludable que se pierde cuando es declarada una enfermedad crónica. A la respuesta natural que comienza luego de aquel hito de pérdida le llamamos duelo y ocurre con manifestaciones que se consideran normales durante un cierto periodo de tiempo.

En general, la manera en que una persona enfrentará el proceso de la pérdida varía dado que se trata de un proceso sumamente personal que depende distintos factores como la cantidad y calidad de las redes de apoyo con las que se cuente, la naturaleza de aquella relación que se pierde, el estilo de apego de quien enfrenta la pérdida y la manera en que cada uno de nosotros experimenta el dolor de forma particular.

En 1969 la doctora Elisabeth Kübler-Ross describió cinco etapas del duelo: Negación, ira, negociación, depresión y aceptación, y contrario a lo que se suele pensar, estas etapas no ocurren en un orden estricto o siquiera todas en una persona. Cada doliente las vivirá de manera personal, quizás pasando por algunas algunas y no otras, y frecuentemente viviéndolas más de una vez hasta integrar la pérdida en una nueva forma de seguir adelante con su vida. Pero, ¿qué pasa cuando el dolor se queda y el dolor se vuelve complicado?

En 1996 un grupo de investigadores planteó por primera vez el concepto de Duelo Complicado, el que describe un proceso de duelo alargado por la pérdida por fallecimiento un ser querido que dura más de 12 meses (y hasta varios años) que se caracteriza por una angustia intensa y persistente que tiene un efecto sustancial en la vida de quien lo atraviesa, incapacitándole y enfocándole en la pérdida con poco o ningún interés en otras actividades o relaciones. Así, entre las características que nos podrían indicar la presencia de un duelo complicado podemos encontrar más frecuentemente:

  • Una nostalgia o anhelo persistente por el fallecido.
  • Una marcada y persistente dificultad para aceptar la muerte de quien ha fallecido.
  • Amargura o rabia en relación a la pérdida.
  • Sentimientos de soledad y/o desapego de otras personas desde la muerte del ser querido (entiéndase como una disminución en la capacidad para conectarse con otros).
  • Dificultad o reticencia a mantener intereses o hacer planes a futuro desde la pérdida.

Además de lo descrito anteriormente, el duelo complicado suele atravesarse con un incremento en el consumo de sustancias tales como alcohol y tabaco e incremento de enfermedades tales como hipertensión, deficiencia inmunológica, cardiopatías y una disminución general en la calidad de vida. A esto se suma además la presencia de pensamientos de muerte y/o suicidas dado el deseo persistente de reunirse con aquella persona que ha fallecido.

¿Cómo podemos responder frente al desafío que nos plantea el duelo complicado?

Cuando se trata de un proceso entendido como «normal» según las costumbres culturales de quien lo atraviesa, sólo basta con darle el espacio suficiente a la persona para que pueda tantear el nuevo terreno (que ya no comprende a la persona que ha fallecido) y construir un nuevo significado de vida que incluya a esa pérdida. Así, con el espacio y el apoyo suficiente, la persona doliente puede continuar, aún con pesar, con su vida. Sin embargo, cuando se trata de un duelo persistente y alargado en el tiempo (más de lo considerado normal por la cultura) nos encontramos en presencia de una experiencia sufriente que podría estar requiriendo intervención profesional.

La investigación que se ha conducido hasta ahora sobre duelo complicado sugiere que la farmacología por sí sola no produce una mejora significativa en la sintomatología asociada al duelo complicado (a diferencia de otros trastornos depresivos en los que sí puede producir una mejoría significativa), por lo que se estima que la primera línea de tratamiento es la psicoterapia individual dado su foco centrado en resolver las complicaciones del duelo y facilitar la adaptación a la pérdida. De esta manera, el abordaje suele realizarse en dos partes: La primera centrada en restaurar el funcionamiento diario del paciente creando entusiasmo y la capacidad de hacer planes para el futuro, y la segunda, centrada en la pérdida que persigue el poder rememorar al ser amado que ha fallecido sin experimentar una angustia invalidante, ira o culpa desproporcionadas.

Finalmente, como hemos planteado anteriormente, el vivir una o varias pérdidas a lo largo de nuestra vida es algo esperable, y atravesar por ellas, aunque nunca resulta fácil, es algo que eventualmente es superable. Si usted o alguno de sus seres queridos se encuentra atravesando dificultades en la superación de alguna pérdida, sepa que parte de superarlas contempla la capacidad de pedir ayuda, sobre todo si las herramienta con las que cuenta personalmente no son suficientes para seguir adelante. En ese caso, se sugiere consultar con un profesional que pueda guiarle en momentos en que no es posible guiarse a uno mismo.

Autor: Leonardo Lizama

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