A nivel nacional, el consumo de drogas en adolescentes, se ha transformado en un problema complejo en su forma y tratamiento, puesto que, en esta parte de la población el consumo ha aumentado de manera sostenida en el tiempo. De acuerdo a los datos entregados por SENDA (2011), el caso de las mujeres adolescentes, resulta particularmente llamativo, a propósito de que en la última década han elevado el patrón del consumo casi al mismo que mantienen los hombres.
Si bien es en la etapa de la adolescencia, en la que más frecuentemente se inicia el uso de sustancias, es extremadamente necesario poner atención al consumo de nuestras jóvenes, ya que las características evolutivas de la adolescencia producen cambios biológicos, cognitivos, emocionales y sociales que -según CONACE (2008)-, serían determinantes para la vida adulta; pues los comportamientos adquiridos durante esta etapa, pueden quedar fijados o al menos orientados en la etapa adulta. No obstante, actualmente el uso de drogas y alcohol es una conducta generalizada entre los adolescentes (Alexandre, T., Roodin, P. y Gorman, B., 2003).
Lo que resulta inquietante, es que el consumo de drogas y alcohol, se relaciona a consecuencias negativas como, “un aumento en el riesgo de consumo de drogas años más tarde, fracaso escolar e irresponsabilidad, que pueden poner al adolescente en riesgo de accidentes, violencia, relaciones sexuales no planificadas e inseguras, así como suicidio” (Alexandre et al., Pág.9).
Por cierto, el panorama se complica cuando se trata de mujeres adolescentes, dado que, por sus características fisiológicas, psíquicas y sociales, son más vulnerables que los hombres.
De este modo, podemos destacar que el uso de tabaco “es la primera causa prevenible de muerte y enfermedad entre las mujeres” (García, L., González, M., Egea, E., 2008, Pág.13). Estudios demuestran que “las fumadoras se exponen a un riesgo mayor que los hombres de sufrir consecuencias de salud a largo plazo como cáncer de pulmón y problemas cardiacos” (ONU, 2005, Pág.7). Con relación al alcohol, “las mujeres se embriagan más que los hombres con cantidades idénticas de alcohol” (García, L., González, M., Egea, E., 2008, Pág.14). En cuanto a los efectos del consumo de alcohol a largo plazo, se ha revelado que las mujeres “se exponen más que los hombres al riesgo de daños hepáticos, daños cerebrales y enfermedades cardiacas” (ONU, 2005, Pág.7). En el caso del uso de cocaína, ésta provocaría a la mujer un daño cardiovascular mayor que en el hombre. “Por otra parte, se ha comprobado que esta sustancia perturba el ciclo menstrual de la mujer y afecta a su fertilidad” (CONACE, 2007, Pág.26). Otra de las desventajas que presenta el consumo de drogas y alcohol en las mujeres, es que éstas tienden a generar rápidamente la conducta adictiva, dado que: “… las adiciones se instauran y progresan de manera más rápida entre ellas.” (…) “La gravedad o intensidad de las adicciones es superior (se observa una mayor severidad de las adicciones)” (Sánchez, L. y Manzanero, P., 2010, Pág.16).
A pesar del inquietante escenario, cabe precisar que tras el consumo de drogas no se llega en todos los casos a un consumo perjudicial, pues: la mayoría de las jóvenes, “… solamente experimentará con las sustancias o continuará consumiéndola ocasionalmente, sin problemas significativos” (García, L., González, M., Egea, E., 2008, Pág. 9). Sin embargo, el consumo de droga juvenil – mirando desde una perspectiva analítico existencial-, en todas sus expresiones consecuencia de carencias existenciales; por lo tanto, se estaría constantemente en riesgo de generar dependencia. De aquí surge la necesidad de entregar a nuestras jóvenes las condiciones existenciales que necesitan para tener una vida plena y libre de adicciones.
En este cometido resulta fundamental, que nuestras adolescentes se sientan protegidas especialmente por sus cercanos, y así se sepan amparadas y cobijadas. Así mismo, es preciso abordar el espacio fáctico, que permita a estas adolescentes sentirse seguras en un lugar, y el espacio vital, el cuerpo, pues éste está sosteniendo, por lo que toma un rol principal. Es de importancia el sostén que da la regularidad -tanto del cuerpo como del mundo-, puesto que aquello que se repite, qué está y es predecible, permite sostenerse y seguir manteniendo la existencia. Por último, desarrollar la autoconfianza, que se sustenta en la seguridad de sí mismo dada por una estructura firme, que da cuenta de un poder propio.
También es preciso promover la cercanía con los afectos, que permitan entrar en contacto con la vida. También impulsar que se le disponga tiempo a aquello que les es valioso para vivir. Además, incentivar la voluntad para dedicarse a algo que les permita desarrollarse.
Asegurarnos el desarrollo de las condiciones óptimas para la construcción de la propia identidad y autoestima; se desprende que es importante promover la toma de distancia con el otro, a modo que pueda descubrir lo que es de ella y lo que es del otro. Adicionalmente, trabajar sobre el aprecio, entendido como la valoración del otro y de mí mismo; lo que produce la cualidad de establecer relaciones más profundas y personales. En suma, es necesario trabajar en la justicia, que se relaciona con la conciencia y también con la instancia moral correspondiente al deber ser, se genera en el encuentro interpersonal una jerarquía de estas instancias.
Lo cual prueba que es necesario trabajar en la promoción para encontrar un campo de acción, es decir, un espacio donde se sientan necesitadas y puedan contribuir positivamente. De modo semejante, potenciar un contexto mayor orientado a una estructura mayor. En conclusión, fomentar el valor en el futuro, esto es, que el foco donde dirigen su acción, represente para ellas un valor en el devenir.