Para comenzar este artículo sobre el divorcio y el efecto que este produce sobre los niños, es necesario tener en cuenta que en el matrimonio existen dos lazos de suma importancia: el conyugal y el parental. Cuando 2 personas se separan sólo disuelve el lazo conyugal, por tanto el éxito en la protección de los hijos depende de que continúen los lazos parentales; cuanto antes los padres ahora separados recuperen la función parental, más protegidos estarán sus hijos.
El divorcio y el lazo parental
Si bien las separaciones y/o divorcios son un fenómeno en progresión creciente, son el resultado de un proceso de deterioro anterior en la relación matrimonial y que tiene repercusiones en el futuro del niño por lo doloroso que representa en su vida, desempeñando un papel destructor importante cuando no se lleva adecuadamente. El divorcio es una decisión de los adultos para disolver sus lazos conyugales; los niños no se cazan ni se divorcian, por tanto los cambios vitales que preceden y se derivan del divorcio pueden tener un papel determinante en la vida del niño, ya que suponen una disolución de su esfera familiar.
Diferentes estudios indican que la perdida de uno de los padres resulta más dolorosa mientras más pequeño sea el niño, sobre todo considerando que un divorcio muchas veces implica la desaparición o inconstancia de uno de los padres.
Así el niño puede reaccionar en una posición agresiva acompañada de sentimientos de abandono y hostilidad, presentando altos rasgos impulsivos, lo que dificulta su vida cotidiana. Esta es una respuesta que el niño utiliza como un recurso para ser “visto” por sus figuras significativas y de esta manera demandar cuidados infantiles de los cuales fue desprovisto.
Tal como explica Spurling (1995), la separación de los padres podría despertar fantasías de abandono por la pérdida de la convivencia, generándose un clima de inseguridad e inestabilidad en el infante. Existe no sólo un miedo a lo que representa la ruptura en la dinámica familiar sino que también aumenta la inseguridad respecto de contar con adultos responsables o a que los padres se conviertan en seres violentos, explosivos e impacientes con él.
Como menciona Vidal (2006), la fantasía del niño que contempla el divorcio es que quieren abandonarlo y esto se ve reforzado por el cambio que se da en las relaciones consecuentes a la separación, por tanto estos miedos originan una intensa ansiedad que puede dominar la vida interna del niño y alterar su crecimiento emocional, es decir, la provisión de estabilidad afectiva que requiere el desarrollo infantil, lo cual se da con mayor ímpetu especialmente cuando el apego no está lo suficientemente afianzado.
El problema del divorcio no es la separación sino el abandono
Por consiguiente, podemos señalar que la reestructuración familiar que produce los peores efectos en los hijos es el abandono de uno de los padres, es decir el abandono de un padre a consecuencia del divorcio constituye el real problema y no tanto el divorcio en sí, ya que si se mantiene el lazo parental el niño irá progresivamente recuperando la confianza. Si por el contrario un niño no puede entender claramente cuál es la situación y sólo ve agresión en el medio que lo rodea, le será difícil procesar el momento vivido y terminará siendo dañado.
Otro punto importante en el divorcio es la inconsistencia en los regímenes de visita que puede llevar a la desaparición y abandono de uno de los progenitores, lo que puede dejar cicatrices para toda la vida, alimentando la depresión, disminuyendo el autoestima e incluso culpabilizando al niño, quien siente que ello le ocurre por un error suyo, es decir porque él no es lo suficientemente bueno, haciendo su vida mucho más difícil.
Siguiendo con la autora Salzberg (1996), elaborar el abandono de un padre es una carga sumamente pesada y difícil de superar para un niño, ya que esta experiencia lo sensibiliza ante situaciones de pérdida o separación, provocando ansiedad y sentimientos de devaluación. Un ejemplo es el caso de Kurt Cobain, quien sufrió esta situación en su infancia y luego percibió sus relaciones interpersonales de manera hostil el resto de su vida. Debido a que en un momento se sintió desprotegido y sin nadie más disponible para cuidarlo, comenzó a responder impulsivamente con rabietas y agresividad, ya que al no poder entender claramente la agresión del medio, se volvió él el rudo.
Para los niños menores de seis años, perder un padre supone un precipitante de angustia, dada a la escasa capacidad de reconfortarse que poseen, por tanto extrañan al progenitor que se ha ido e incluso temen no volver a verlo jamás, lo cual explica el llanto y las pataletas, así como también las conductas de aproximación y contacto físico.
Por lo general, la principal consecuencia a partir del divorcio mal llevado es la desprotección de los hijos, lo que puede generar en los niños diversos trastornos y temores, así como cambios bruscos de humor, irritabilidad, pesadillas, dependencia, dificultades en la escuela, retraimiento, entre otros.
No obstante lo anterior, es esperable que pasado el tiempo de reacomodación los sentimientos de inseguridad vayan desapareciendo, siempre y cuando se le de estabilidad emocional al niño y se le escuche como sujeto y no como un objeto a disponer, de modo de hacerle sentir que lo siguen queriendo como antes del divorcio. Es importante informarle acerca de lo que está ocurriendo y brindarle el espacio para que exprese su opinión, temores y angustias. Una terapia infantil es una excelente instancia para acompañar este proceso, ya que ayuda no sólo a procesar mejor el período de separación sino que también ayuda a mejorar las nuevas condiciones posteriores a la separación, en las que ahora los miembros de la familia se relacionarán como padres.
Y es que tal como dice Salzberg (1996) “Haber admitido que la ruptura conyugal no rompe la parentalidad, porque los que se divorcian son solo los esposos, es el mejor pronóstico para sus hijos. Ellos no deben ser obligados a “divorciarse” perdiendo al padre y/o a la madre, luego de un divorcio”