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El valor de ser humano: una breve reflexión

humanos

Se presenta un desafío puesto que el ser humano se estudia a sí mismo desde que observa el sol y a sus pares, también estudiados, tanto para consigo como para con otros. Y es que el ser posee tantos componentes y perspectivas de las cuales mirarse pero siempre ha de pensarse como ser biopsicosocial, como único “ser-en-el-mundo” de este mundo que aún no terminamos de conocer siendo desde hace mucho tiempo somos de él antagónistas. Asimismo, la historia es lo único que tenemos, el vestigio de nuestro paso que da sustancia a lo que entendemos por multiverso, tantas realidades conocidas como por conocer, la historia completa desde aquel primer encandilante vistazo al sol, por cuando el ser humano dio cuenta de que existían mas estrellas en el firmamento que hombres y mujeres sobre la tierra, por cada una de las 3 heridas narcisistas, por cada demostración de lo que somos capaces, de nuestra esencia escrita en el tiempo a forja de sangre y fuego: aquella es la escena dentro de la que nos preguntamos por el valor de la persona humana puesto que esa persona vive y crea y destruye.

Dicotomía entre valor y dignidad en el ser humano

humanoPero si ha de remitirse a la teoría, mundo académico que ampara nuestras aseveraciones en la siempre endeble objetividad, he de pensar en el valor para luego pensar en la dignidad – de la cual pongo en cuestión su naturaleza, puesto que su existencia no ha de provarse sino de reconocerse en fugacidades circunstanciales – y así hasta Kant. El filósofo crea una dicotomía entre valor y dignidad pero, paradójicamente, define esta última como aquel valor de corte intrínseco en todo ser poseyente de moral y de naturaleza no material. Por tanto no puede ser producto de trueque o abandono, todo lo que posee moral no debiese ser prescindible o intercambiable, puesto que de ser así tendría un precio; ¿Por qué, entonces, el afán de cuantificar al ser y sus cualidades?

Conjunto a “la moral”, “la razon” y la “libertad”, triada a la base de una persona que se encuentra hecha en sí misma, posee un fín en sí mismo: valor, dignidad, entidad moral, pues capacidad de escrutinio y discernimiento, de comprender la efímera distinción entre lo bueno y lo malo o la socialmente condicionada comprensión de lo moral y amoral: ¿no es acaso maleable, mórbido incluso, el desenlace de nuestra gestión de dichos elementos, supestas virtudes?

El hombre como ser social pone en juego dichas facultades, Santo Tomás de Aquino las agrupa como dignidad, libertad y razon para dar fruto a una vida en común donde el hombre solo se realizaría estando con otro como consigo, esto es parte de una ley natural según él. Esta ley comprendería aquel impulso natural en el hombre – casi aquel sentimiento oceánico – de que haz el bien, no el mal, etc., y así esta ley prescribe: a) el ser constituye sustancia y dicho ser posee un impulso natural al bien y por tanto a la conservacion y preservación de su sustancia, b) inclinación por recursos específicos según lo que la naturaleza le enseño a necesitar y usar a cada animal y c), la que nos distinguiría de los demás, el impulso respecto a la naturaleza de la razón y su uso, del cual nos valemos para pensanos a nosotros y la realidad circundante e incluso los límites de lo tangible y un sondeo a esto que llaman “muerte”.

Pero a esta naturaleza social del hombre, en la cual se forjaría aquel valor del ser humano que esquiva toda conceptualización a la que le he confrontado, es prospectiva, secuencia seguida de un estado de naturaleza: la barbarie y el caos, donde la preservación no implica a la especie sino solo al ejemplar en cuestión que ha de velar por sí y sólo por sí. Quizá nunca soltamos dicho garrote. Y esto habrá de llamarse derecho de la naturaleza para Hobbes, donde todo ser ha de valerse de todo lo que pueda en pos de la autoconservación. El solitario producto de esto crea la instancia para que surja la ley de la naturaleza, que cesa con el daño contra sí y contra un otro. Subsecuentemente, la creacion de una nueva ley natural en la que el-ser abdica su derecho en pos de un orden superior que ha de ser garante de paz: la cual cree querer pero solo desea obtener en cantidades óptimas para un equilibrio de violencia y armonía.

Conclusiones…

Breve y casi negligentemente se han expuesto tres perspectivas dentro de las cuales me valgo esta vez para contemplar el valor de nuestra especie, pero todo es una contradicción o racionalización a modo de consuelo de un hecho terrible: que el valor de la persona humana ha de hallarse por cada persona y en su propia vida, no en el humano como tal. Buscar un piso en el cual tenderse a mirar un cielo que nunca podrá tocar, de los reinos incendiados por la razón que lo hace libre pero que lo resigna a la mortalidad, a la gravedad y todas las deidades de la naturaleza, únicos dioses de los que se podría dar fé.

El valor del ser lo pienso más no lo describo pero me dedico a sentirlo, el alma que activa mis funciones comprende el valor fundamental, aquella que me hace capaz de sentir la caricia y de acariciar al perro que acompañe mis senderos. En cada desgaste se encuentra el valor, en cada piquero, en cada desgarro, el alma ha de sentir y lastimarse para encontrar el valor que le sostenga y levante denuevo, y ello no puede ser explicado ni colectivizado, no está presente en todos pero podría estarlo si así todos quisiéramos, pero tenemos otras prioridades, muchas que invisibilizan al alma. La misma psicología que se olvidó a sí misma como estudio del alma para someterse al modelo ciencias naturales, modelo médico, para lograr su anhelo de ser ciencia. Y nada, el alma posee razones que la razón no entiende, la magia está(ría) en el ser.

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