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Si bien mucha de la ciencia actual se basa en considerar que existe una «esencia inmutable» de las cosas y que el conocimiento científico es la forma de dar cuenta de esa «realidad objetiva», desde Einstein en adelante la relación que se comenzó a estudiar entre el observador y lo observado produjo cambios significativos en todas las áreas científicas. En psicología, la consecuencia de entender la clínica desde este nuevo paradigma tampoco es menor en términos terapéuticos, ya que involucra un cambio en la noción de sujeto-paciente y por consecuencia en la forma de llevar a cabo la clínica.

Si el observador es considerado como parte fundamental de lo que observa, lo primero que ocurre es que la noción de realidad misma cambia. De ser algo único y objetivo, ahora es entendida como una serie de procesos que ocurren en muchos niveles de procesamiento, por lo cual se devuelve al sujeto el protagonismo en su propia manera de construir el mundo.

 

Que intenta de conseguir esta mirada?

La misión del terapeuta es ayudar a que el paciente conozca sus propias reglas de funcionamiento y sea capaz de reorganizar su propia experiencia, no de «curarlo» a partir de una serie de elaboradas teorías que finalmente siempre se pueden leer como un problema de representación de esa realidad objetiva. No nos dejemos engañar; todavía la psicología contemporánea está fuertemente habitada por los parámetros empiristas y a menudo cuando escuchamos a un terapeuta lo vemos como alguien posicionado en el supuesto conocimiento objetivo de la realidad, a alguien que presume entender cómo se produce la discrepancia entre lo que el paciente conoce y cómo es en realidad aquello conocido.
A este respecto, creemos relevante este giro en psicología y poner el énfasis en la autoobservación. A fin de cuentas, el objetivo no es que el paciente se adapte a una realidad externa sino que esa «realidad externa» sea percibida en coherencia con la organización interna de ese individuo.